lunes, 20 de mayo de 2013

YO EXPUSE EN EL REINA SOFIA (Segunda parte)



Recuerdo que cuando decidí sacar mis cuadros a la calle, las zonas próximas a las puertas y  la plaza aledaña al museo estaban ausentes de cualquier tipo de presencia  "expositiva" y de mercadeo, quiero decir, ni habia pintores con sus obras como suele haber por ejemplo en la Plaza Mayor, o en el Museo del Prado, ni vendedores de bisutería, ni pakistanis vendiendo cervezas, ni top mantas, ni nada.



En mis primeras aventuras como pintor callejero, solo me llevaba mi carpeta con dibujos y telas sin bastidor. No fueron fáciles las primeras veces. Era verano, el calor apretaba puntiagudo (aunque muy preferible al invierno, pues entre el frio, y la disposición espacial de los edificios en este lugar, se creaba un pasillo o canal, ideal para que los vientos corrieran a caballo de otros vientos,  mis obras de papel a lomos de los mismos...y yo detrás en su busca). 
Poco a poco tras las repetidas salidas a la calle con los dibujos y pinturas, fui encontrando la mejor manera de mostrarlos. Sobre el suelo directamente, unos pocos colgados con pinzas de tender la ropa en cuerdas que ataba a las barandillas, y otros dentro de la carpeta abierta a ciento veinte grados, para que los que quisieran, pudieran visionar los trabajos como si fueran las hojas de un libro. No fueron fáciles las primeras veces digo, por mi poca experiencia en la venta directa,  no contaba con la maña ni paciencia suficiente como para atraer al personal y menos venderles. No obstante, unos dias más que otros, las gentes que por allí aparecían (mayoritariamente turistas) se acercaban a mi puesto improvisado a curiosear, me preguntaban precios, algunos me decian cosas agradables.. hasta que se dió la primera venta. Este fue el detonante estimulador que me llevó a buscar repetir aquella experiencia una y otra vez. Un dia me iba de vacio, otros solo recibía algunas atenciones, otros vendía algo, y otros lograba vender multitud (más de dos). Cuando me acostumbré a vender, el dia que no lo hacia me marchaba con cierta molestia pues las ventas caían en mi monedero como agua de mayo.
Cierto dia, dos personas se sumaron con sus carpetas, entablábamos la primera comunicación, y pronto, se convirtieron en asiduos compañeros de exposición en la calle. La cosa iba tomando un tono distinto, ya no estaba solo. Y aquella nueva compañía y colegueo se convirtió en el aliciente que me animaba a continuar. Lo que no pude imaginar en aquel momento, es que en el segundo año, ése mismo lugar,  estaría atestado por vendedores de bisuteria, un cartelero de la feria taurina, vendedores de láminas y posters de pintores famosos....todos ellos, con el mismo derecho que yo, estábamos planteando la zona en un reclamo para la policia. Además, para desencanto de los pintores, tuvimos que competir con aquellas personas, que curiosamente, se convirtieron en el atracción principal. Desde nuestros mini-puestos, comtemplábamos de que manera los visitantes del museo salían de su puerta, y se acercaban como virutas de hierro al imán, en busca de collares y demás abalorios, como si saturados de lo que disfrutaron dentro, ya no tuvieran más ganas de ver pintura. 

Pues allí, en el Reina, coíncidímos unos cuantos pintores. Aún hoy conservo amistad con algunos de ellos. Pasamos muchas horas juntos, nos alegrábamos de las ventas y nos apoyábamos en los ratos bajos...y hasta llegamos a huir y defendernos de las autoridades policiales, asunto que en mi caso terminó malamente, anécdota que relataré en un tercer y último capítulo.



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